Muestran, en tres variantes de figurada arquitectura, la ubicua fugacidad de lo existente, y advierten acerca de la condición humana
Vacila el fuste, el capitel caduca,
al equilibrio ileso en lo agregado
vulneran sortilegios del traslado;
al arquitrabe, ruinas con que educa.
Pues sólo yace en sí y no sustenta
ni luce, pugna, alienta, impide, enciende,
lo que parco y esquivo de mundo se desprende,
que es única espesura, hojas sin cuenta.
Tú resistes al telón que demuda los tapices,
a la asfixia que viene de puntillas
o al repentino impacto que aturde la textura
tierna, con que consumas y desdices
cántaro, puente, cifra o letra, en las orillas
de la equívoca patria, que despeja y clausura.
Fluctúa el fundamento, el muro titubea,
al ascenso tenaz, al mero amparo
los depone el polvo relicto del pasado,
a la espuma, marina melopea.
Pues sólo en sí se yergue y no incrementa
ni alberga esa morada, no cubre o sabe dónde
la oficina feble del viento es que se esconde
la vela que está al pairo, y teme a la tormenta.
Tú tratas de aprehender el aura en la figura,
vestigio en el umbral de la palabra,
reverbero en destellos del sentido,
y de incluirte así en la trama que fulgura
te encierre allí tu límite o se abra
al tránsito entre carne y piedra no entendido.
Los arcos se extenúan, la cúpula sucumbe,
sin vocación de ángulo, el grávido vacío,
el vértigo al ocaso hunde sombrío
lenguas de cielo, láminas de herrumbre.
Pues sola en sí se comba y se amedrenta,
se doblega a lo abierto que la inunda,
no concibe ni gesta la bóveda infecunda
que el espacio atenaza, el tiempo afrenta.
¿Eres tú un sostén, desterrado, ínfimo atlante,
o sólo la compleja acrobacia del reflejo
de un demiurgo ausente, lanzada hacia adelante?
De criaturas cercanas te supones tan lejos,
por creer tuyo el signo de mundo, en que culmina
el telón interpuesto que abstrae y te fascina.